lunes, 7 de julio de 2008

La solución a todos los problemas, parte I


I AM DEATH, NOT TAXES.
I TURN UP ONLY ONCE.

-- (Terry Pratchett,
Feet of Clay)

La economía del mundo se basa en el robo. Los Estados dependen para su supervivencia de robar una fracción de mi sueldo cada mes, del robarme un porcentaje del valor de mi patrimonio, de un porcentaje del valor de todo lo que compro, de un porcentaje de todo lo que vendo. Este robo es legal y su ejecución obligatoria, bajo pena de multas, embargos, o prisión.
El Estado, a cambio de todo lo que nos roba, debe darnos cosas a cambio, en particular debe proveer servicios básicos de infraestructura, transporte, educación y salud. En mayor o menor medida, compensamos parte de esta pérdida robando nosotros mismos. Le robamos a otras personas el derecho de usar la tierra que poseemos, le robamos cualquier fracción de los beneficios que obtenemos cuando nuestra tierra aumenta su valor gracias al efecto de la sociedad.
La Constitución y las leyes establecen a grandes rasgos los términos de este "contrato", y si bien son susceptibles de modificaciones por voluntad popular, eso no cambia el hecho de que es un contrato que nunca firmamos ni podemos rescindir. El sistema nos condena a ser robados y a tener que robar a nuestra vez, durante toda nuestra vida útil. Es un sistema que fomenta la desconfianza y la especulación, por no hablar de inflación, endeudamiento y recesiones.
Y esto no es un invento del capitalismo, por si algún desnorteado de esos que, a pesar de tener a toda la realidad en contra todavía se niegan a meterse abajo de una piedra y morirse, cae en esta página. Hasta acá esto se aplica en mayor o menor medida a prácticamente todos los Estados de la historia de la humanidad. En Uruguay se aplica de forma especialmente cruel, donde la suma combinada de lo que se nos roba por nuestro trabajo y nuestras inversiones es tan grande que no sólo motiva la ilegalidad, sino que llega a desmotivar el trabajar e invertir en un primer lugar.

En un principio no parece que existiera una alternativa mejor, y cualquiera que se proponga suena a utopía. Pero yo creo que utopías son solamente aquellas que dependen de una violación de las leyes de la física. Cualquier utopía que esté al alcance de un solo ser humano, tiene que poder ser aplicable a una sociedad entera, así tome 100 o 10.000 años. El comunismo no es una utopía, simplemente es una inmoralidad. La anarquía tampoco lo es; simplemente nos falta mucho para estar en condiciones de llevarla a buen término.


No soy ningún experto en economía, por lo que no voy tratar de inventar nada. La alternativa que pienso defender de ahora en más, no es un invento mío ni es algo reciente. Se fundamenta en principios éticos formulados desde tiempos bíblicos (seguramente anteriores también, todos sabemos que no hay una sola palabra en la Biblia que sea original), y fue promovida por distintos movimientos políticos desde el siglo XVII (que yo sepa). Y ante todo, es bien simple: Por el único elemento que un ser humano debería ser obligado a tributar a una sociedad, es por el uso de la tierra.
Esto es el criterio llamado Impuesto al Valor del Suelo o Renta a la Propiedad del Suelo.

Hay una distinción fundamental a establecer desde un primer momento, y es entre el suelo o la ubicación, y lo que el mismo produce o el inmueble que sobre él se construye. El valor del primero está dado por la sociedad, el valor de lo segundo está dado por su propietario. En un entorno urbano, el valor de un terreno está dado por su ubicación relativa y accesibilidad a los servicios públicos, higiene ambiental, criminalidad del entorno, etc. En un campo, el valor está dado por el valor que al sociedad le da a lo que el campo sea capaz de producir. En otras palabras, el valor de la tierra no es un derecho natural inherente, sino algo que determina una sociedad.
Toda la sociedad podría en teoría beneficiarse de ese suelo, sin embargo sólo uno es el propietario. El propietario del suelo, por derechos de propiedad, le quita al resto de la sociedad la posibilidad de obtener beneficios de ese suelo. Es decir, está tomando algo de la sociedad, y por ende debe devolver algo a cambio. Por ende debe pagar un impuesto (renta sería la palabra más adecuada) por el usufructo del suelo. Pero NADA MÁS.
Lo que uno construye en ese suelo, el valor agregado sobre el mismo, es de uno. Ningún impuesto que se cobre en relación al mismo, ni por el alquiler o la propiedad del inmueble, si por la exportación del producto o la ganancia neta producida por el mismo, debería ser legal. Pero si uno no le da un uso productivo a su suelo, estará pagando un impuesto por algo que no le reditúa beneficios, y por ende le conviene venderlo a alguien que pueda hacer mejor uso del mismo.

Voy a tratar de exponer en un próximo post los efectos de esta política, pero a grandes rasgos esto lleva a un uso más eficiente de los recursos limitados, y también a más tierras a la venta en el mercado; eventualmente los precios de las tierras bajan. El espacio para la especulación y la corrupción se minimiza. Esto mas la reducción de los impuestos laborales le da un impulso enorme a la inversión, y tras esta viene todo lo demás.

Por qué un modelo tan bueno no se ha impuesto universalmente? Por lo mismo que la democracia tardó miles de años en imponerse. Por lo mismo que no se han desarrollado suficientes fuentes de energía alternativas para reemplazar al petróleo. Pero se ha aplicado en diversos lugares y épocas, desde el Japon del siglo XIX a la Dinamarca actual, en distintos grados, siempre con resultados positivos. Y se va a imponer, tarde o temprano.

La langosta tiene que caer.

How can a man be said to have a country when he has not right of a square inch of it
--
(Henry George)