viernes, 16 de mayo de 2008

Gente como uno


Casi todas mis opiniones parten de un convencimiento que si bien intuía de toda la vida, sólo alcancé en los últimos años: no existe el libre albedrío. Las personas, aún en sus ocupaciones más elevadas y racionalmente avanzadas, en el fondo actúan siempre, absolutamente siempre, movidas por dos instintos biológicos, y bien simples: sobrevivir y reproducirse. Todo lo que hacemos puede interpretarse en términos de buscar una ventaja competitiva para satisfacer mejor una o ambas necesidades.
Esto, si bien suena espantoso, no lo es necesariamente ya que la complejidad que alcanzan nuestros cerebros nos impide ver directamente los mecanismos que determinan nuestras desiciones, y de esta forma experimentamos una ilusión de libre albedrío, una abstracción que a efectos prácticos hace a la vida tolerable.
Por otro lado, cuando uno parte de esta base, no le es difícil entender que la gente es esencialmente desagradable: el egoísmo y el miedo pesan mucho más que cualquier actitud o sentimiento positivo, por la simple razón de que son fuerzas primarias que actúan en toda situación, y lo demás son sofisticaciones que sólo salen a relucir cuando las circunstancias son propicias.
Cómo se puede ser optimista respecto a la vida y la humanidad partiendo de esta base? Es difícil, pero creo que estos mismos instintos pueden encausarse en la dirección correcta. Esto requiere del entendimiento de que nuestra supervivencia y prosperidad a largo plazo es superior si dejamos de gastar energías en someter al otro, y por el contrario favorecemos un entorno donde la prosperidad del otro favorezca la mía propia.

Si, ya sé: los instintos no piensan a largo plazo. Y esto se aplica a todo nivel, tanto entre gobiernos que temen a sus vecinos y por ende se llenan de armas, como entre grupos sindicales que buscan adquirir privilegios y derechos, y por ende la prosperidad del empleador es contraria al objetivo. Y también se aplica en la convivencia diaria: como convencemos a ese tachero culorroto que nos garronea en el cruce de que respetar la preferencia del otro es lo mejor para su prosperidad futura? como va a entender esa vieja chota que se para en el medio de la escalera mecánica que dejar pasar a los que van más apurados la puede favorecer en algún sentido?
Imposible? quizá; si es así el mundo seguirá siendo un lugar horrible para una gran parte de su población, y la solución sea que yo u algún supervillano rival lo someta a su yugo. Quizá no, quizá la inteligencia todavía pueda sobrevivir y extenderse en esta guerra donde la animalidad tiene las tasas de natalidad a su favor, y creo que hay ejemplos para alentar la esperanza.

En todo caso, los efectos tardarán algunas generaciones en sentirse. Qué hacemos mientras tanto, los que odiamos al humano pero no podemos alejarnos de él, porque somos parte del mismo y en cierta forma también parte del problema? Dónde nos escondemos a esperar que la gente sea menos gente? ..... ah, carajo, si fuera tan fácil....

viernes, 9 de mayo de 2008

Wherever I may roam


Like all great travellers, I have seen more than I remember, and remember more than I have seen. ~Benjamin Disraeli













Bueno, hace dos semanas que volví de Europa. Además de seleccionando, corrigiendo y subiendo a Picasa las miles de fotos que sacamos- de las cuales una gran cantidad son a la oscuridad, luces que se mueven, o mi dedo, pasé estos días pensando cómo retomar el blog, como vertir mis impresiones del viaje en un post maravilloso que ilumine a mis coterráneos sobre el ancho mundo de hoy, y que haga parecer a Marco Polo un viejo aburrido que no sale mucho de casa.

Pero no. No tengo una idea concreta, ni un mensaje trascendente que aporte nada nuevo a nadie. En parte confirmé las opiniones que tenía en la previa, las sorpresas fueron puntuales y no demasiado grandes. Aprendí un poco de historia, algunas palabras en idiomas nuevos, y aprendí un poco sobre mí mismo también, y sobre mi esquizoide forma de relacionarme con quienes me rodean. Experimenté (creo que todavía me dura) el aura de sinsentido que rodea el trabajo y las tareas rutinarias cuando uno vuelve de un viaje, algo especialmente complicado cuando no se está conforme con el trabajo en primer lugar.

Creo que la única conclusión definitiva es que no se puede conocer realmente un lugar visitándolo unos pocos días. Al final del día, la sensación de estar simplemente rascando la superficie de las cosas es inevitable, y un poco desmoralizante pensar que se está en un "trial period" que dura muy poco y para el que no tenemos la clave de registro (por ahora).
Ojo, no estoy diciendo que viajar como turista no valga la pena, aún con tiempo y plata tan limitados. Hay obras de la ingeniería y de la naturaleza que merecen ser vistas así sea una sola vez en la vida; las visitas fugaces dejan al menos una primera impresión que estimula la imaginación y sirve de fundamento para decidirse a una experiencia más profunda en el futuro; el ritmo de vida del mochilero genera una dinámica en el aprovechamiento del día que muchos no logramos en la rutina normal; y por sobre todas las cosas, la pasamos bárbaro durante la mayor parte del tiempo.
Pero siempre queda esa espina de estar viendo las cosas en cierta forma de afuera, ese vacío de ser uno más en una cola de turistas que esperan cámara en mano a que esa japonesa pelotuda termine de sacarse fotos delante de esa puta fuente tan famosa.

Y, a la vez, mi naturaleza bipolar me hace pensar en el que siempre vivió cerca de esa fuente y que siempre vió la ciudad de adentro, y si sabrá apreciarla de la misma forma que los que la vimos ayer por primera vez. Y cómo nosotros mismos no apreciamos lo que tenemos en casa de la misma forma que un visitante. Quizá lo mejor sea estar de los dos lados alguna vez.
Puta, el inconformismo humano. Cómo evolucionamos más allá de las rata-lagartos, siempre me parecerá un milagro.

Hay otras impresiones secundarias del viaje, sí, pero serán tema de próximos posts.